Resumen del “Mantiq al-Tayr”, o “La asamblea de los pájaros” de Farid Uddin Attar, uno de los poetas persas más celebrados de toda la literatura sufí.
Aunque no se conoce con certeza la fecha del nacimiento de Farid Uddin Attar, se sitúa en 1119 en Nischapur, donde vivió hasta el final de su larga vida. Durante este periodo, que se desarrolló bajo el califato Abásida, el árabe se convirtió en la lengua oficial mientras que el persa quedó reservado para la poesía. En la obre que presentamos y mediante un sinfín de leyendas y fábulas donde se citan príncipes, maestros, discípulos y fakires, Farid Uddin Attar narra el largo viaje que emprenden todos los pájaros del mundo en busca de un rey que no tienen y que ansían: el llamado Simorg, un nombre que, en realidad, es el de una criatura mitológica con cuerpo de ave, dragón y pez, y dotada además de patas para caminar sobre la tierra, lo que hace de dicho ser un símbolo de los cuatro elementos.
La historia comienza cuando todas las aves reúnen y escogen a la abubilla como guía, pues este pájaro ya actuó como embajadora entre Suleiman y la Reina de Saba, y, además, es el único que porta una corona. Ella es quien propone al Simorg que habita en la Montaña de Qaf, como la única ave merecedora de llevar la corona real. Cuando otros pájaros dan excusas para no adherirse a esta elección, la abubilla responde a cada uno mediante anécdotas que les convencen y cuando aparecen las quejas debido a lo arduo del viaje, trata de convencerlos del mismo modo para que lo emprendan.
Finalmente deciden iniciar la búsqueda del Simorg. Para ello los pájaros deberán atravesar siete valles: búsqueda, amor, gnosis, contento, unidad, maravilla y pobreza, y multitud de adversidades. Pasan años viajando sobre montañas y valles, siguiendo a la abubilla, empleando en ello gran parte de su vida. Al final, de las miles de aves que habían emprendido la búsqueda solamente treinta alcanzan la morada del Simorg.
Muchas se pierden en el océano; otras perecen en la cima de las montañas torturadas por la sed. A otras se les queman las alas por el calor del sol; otras son devoradas por tigres y panteras; otras mueren de fatiga en los desiertos, con sus picos quebrados y sus cuerpos abrasados por el calor; otras enloquecen y se matan entre sí por un grano de cebada; otras, debilitadas y sufriendo por sus heridas, se quedan tiradas en el camino sin poder continuar; otras, aturdidas por lo que ven, se detienen aquí y allá, estupefactas; y muchas que habían comenzado el viaje para satisfacer su curiosidad, perecen con la idea de que ya han llegado al final.
Incluso las que llegan, lo hacen aturdidas, golpeadas, cansadas y sin plumas ni alas. Pero, por fin, han alcanzado la morada de su Majestad. Entonces todas ellas penetran en un estado que no se puede describir y en una esencia que no se puede comprender, pues, una vez en la puerta, son llenadas de luz, y cientos de mundos se consumen ante sus ojos en un momento. Ven a miles de soles, unos más brillantes que los otros, miles de estrellas y de lunas de igual belleza, y viendo todo ello se agitan asombradas en una danza como la del polvo de los átomos, y gritan: “¡Oh tú, que eres más radiante que el sol! ¡Tú, que has reducido al sol en un átomo! ¿Cómo podemos aparecer ante Ti? ¿De qué nos sirve ahora todo el sufrimiento del camino? Hemos renunciado a nosotros mismos y a todo, no podemos obtener nada por lo que hemos luchado. Aquí, poco importa que existamos o no”.
Después de mucho tiempo de espera, las aves comienzan a sentir desesperación y confusión. Hasta que, por fin: “… una puerta se abrió de pronto, y salió uno de los nobles chambelanes de Su Majestad Suprema. Los miró y observó que de los miles de pájaros, sólo treinta habían llegado”.
Les dijo: “Bien, oh aves, ¿de dónde venís, y qué es lo que hacéis aquí? ¿Cuál es vuestro nombre? Oh, tú, que lo has dejado todo, ¿Dónde está tu casa? ¿Cómo te llamaban en el mundo? ¿Qué se puede hacer con un débil montón de polvo como tú?” “Hemos venido”, dijeron los pájaros, “para rendir pleitesía a nuestro Rey Simorg. Por su amor y su deseo hemos perdido nuestra razón y la paz de nuestras mentes. Hace mucho tiempo, cuando emprendimos este largo viaje, éramos miles. Sólo hemos llegado hasta este sublime lugar treinta. No podemos creer que el Rey quiera burlarse de nosotros después de tanto sufrimiento como hemos tenido que pasar. ¡Ah no! ¡Él no puede mirarnos más que con el ojo de la benevolencia!”
El chambelán replicó: “iOh vosotros, cuyos corazones y mentes están confundidos, a pesar de que existáis o no en el universo, el Rey tendrá a su ser siempre en la eternidad. Miles de mundos de criaturas no son más que hormigas a su puerta. No traéis más que quejas y lamentos. Regresad por donde habéis venido, oh vil montón de tierra!”
Al oír esto, las aves se quedaron petrificadas de asombro. Cuando volvieron en sí se dijeron: “¿Por qué este gran Rey nos ha rechazado tan ignominiosamente? Y si en realidad su actitud hacia nosotros no ha de cambiar, ¿por qué no lo hace con honor?”
Pero, al cabo de un tiempo, la inicial indignación de las aves se trocó en hondo amor. Y entonces dijeron: “¿Cómo puede salvarse una mariposa del abrazo de la llama que desea para alcanzar la unidad? El amigo que buscamos se contentará permitiéndonos unirnos a él. Si nos rechaza ahora, ¿qué es lo que puede hacer por nosotros? Somos como la mariposa que desea unirse a la llama del candil. La gente le pedía que no se sacrificara tontamente, pero la mariposa les agradeció el consejo y les dijo que su corazón lo único que deseaba era unirse a la llama para siempre, no le importaba nada más”.
Después de estas palabras, el chambelán abrió la puerta y, tras examinarlos, hizo a un lado cientos y cientos de cortinas, una detrás de otra, y un mundo que estaba más allá del velo les fue revelado. La luz de las luces les fue manifestada, y cada uno de ellos se sentó en el masnad, el asiento de la Majestad y la Gloria. Se les dio un escrito que debían leer; y leyéndolo y ponderándolo fueron capaces de comprender su estado.
Cuando estuvieron completamente en paz y apartados de todas las cosas, se dieron cuenta de que el Simorg estaba ahí con ellos, y que para ellos comenzaba una nueva vida al lado del Simorg. Todo lo que tuvieron que hacer fue lavarse de todo lo anterior. El sol de la majestad emanó poderoso sus rayos y en el reflejo de cada uno estaban los rostros de Simorg en el mundo interior. Todo era tan asombroso que ya no sabían si eran ellos mismos o si se habían convertido en el Simorg. Al final, en un estado de contemplación, se dieron cuenta de que ellos eran el Simorg y que el Simorg era los treinta pájaros. Cuando veían al Simorg, se veían a sí mismos y eran el verdadero Simorg, aquello que habían sido, y cuando volvían sus ojos hacia sí mismos, veían al Simorg, porque ellos eran el Simorg. Y percibiéndose a la vez, ellos y Él, se dieron cuenta de que el Simorg y ellos eran el mismo y único Ser. Nunca nadie en el mundo oyó nada igual a esto.
Entonces se pusieron a meditar y, después de un momento, preguntaron al Simorg, sin usar sus lenguas, si podía revelarles el secreto de la pluralidad y la unidad de los seres. El Simorg, sin usar el habla les dijo: “El sol de la majestad es un espejo. Aquél que se ve en él, ve su alma y su cuerpo, y los ve por completo. Como habéis llegado hasta aquí como treinta aves os miráis como treinta aves en este espejo. Si hubieran venido cuarenta o cincuenta, hubiera sucedido lo mismo. Y aunque ahora habéis cambiado, en este espejo os veis como antes. ¿Puede la vista de una hormiga alcanzar a ver las Pléyades? ¿Puede este insecto levantar una viga? ¿Se ha visto a un mosquito picar a un elefante? Todo lo que habéis conocido, todo lo que habéis oído, ya no existe. Cuando cruzasteis los valles del sendero espiritual y cuando hicisteis buenas obras, fue por mi acción; así fuisteis capaces de ver los valles de mi esencia y mis perfecciones. Vosotros, que sois sólo treinta aves, hicisteis bien en sufrir, en asombraros y en impacientaros. Porque yo no soy más que treinta aves. Y soy la verdadera esencia del verdadero Simorg. Aniquilaos gloriosamente y con gozo dentro de mí, y en mí os encontraréis. Entonces las aves se perdieron a sí mismas para siempre en el Simorg, la sombra se perdió en el sol, y eso fue todo.
Esta historia maravillosa es una alegoría que ilustra la búsqueda del sufí y no sólo del sufí, sino de todo aquél que busca llorando su patria perdida.
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