El símbolo más conocido de la Justicia es la balanza. O, para ser más precisos, la de una mujer con los ojos tapados, que representa a la Justicia, y que porta en una mano una balanza.
La balanza representa la igualdad con que la Justicia trata a todos. En la otra mano porta una espada, que es la fuerza.
No el lado oscuro de la fuerza o el lado claro, como en “Star Wars”, sino la fuerza, el poder que posee la Justicia para imponer sus decisiones, que no son más que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.
Sin embargo, la balanza, como símbolo de la Justicia, no es moderno sino que se remonta al principio de la civilización humana en Occidente. Concretamente al Viejo Egipto.
Como muchos de ustedes pueden saber a través de lecturas o de películas de gran éxito, como “La momia”, cuando un egipcio –pudiente, se entiende- moría se procedía a la momificación de su cuerpo.
Es decir se le extraían todos los órganos internos y se sustituían por mirra y otro tipo de sahumerios.
El único órgano que se dejaba en su interior era el corazón. ¿Y por qué?
Muy simple: Porque el corazón era la llave hacia el paraíso.
En el interior del sarcófago, o al lado del cuerpo, se dejaba un rollo de papiro, conocido como “El libro de los muertos”.
Este texto era de vital importancia para el “Ba”, como se denominaba al alma del difunto, que era el que tenía que iniciar su camino hacia la otra vida.
Porque para llegar a ella tenía que pasar por el inframundo, un peligroso lugar, habitado por monstruos de todo tipo, lagos de agua hirviente, ríos de lava y fuego conocido como la Duat.
Para superar todas las pruebas el Ba, a guisa de un Indiana Jones de hace 4.000 años, tenía que afrontar todos esos peligros sirviéndose de los conjuros contenidos precisamente en “El libro de los muertos”.
Si conseguía el éxito, llegaba a las puertas de la otra vida de la civilización egipcia.
Al “Yarú”.
Ese éxito, sin embargo, no garantizaba disfrutar del paraíso eterno, aunque es verdad que, como aliciente, como ocurre hoy en programas de gran audiencia como “Splash, famosos al agua”, “Gran Hermano” o cualquier otro “reality” de televisión, se dejaba que los almas de familiares y amigos difuntos lo recibieran y le dieran ánimos –desde las gradas de la otra vida, se entiende- ante la gran prueba que todavía le restaba por pasar.
La más importante de todas.
Una prueba que se denominaba el “Ritual del pesado del corazón”.
Esa última gran prueba tenía lugar en la Sala de las dos Verdades.
Y ante tres dioses: Osiris, el dios egipcio de la resurrección, símbolo de la fertilidad, Tot, el dios de la sabiduría, la escritura, la música, los conjuros y los hechizos mágicos, representado con cuerpo de hombre y cabeza del ave ibis, y Anubis, que aparecía como un hombre con cabeza de chacal o perro salvaje.
Anubis era el dios del inframundo o de la muerte (antecedente de Hades en la Antigua Grecia o de Satanás, en nuestra civilización cristiana).
En ese escenario el “Ba” entregaba a Anubis su corazón, que contenía las buenas obras hechas en vida
Éste dios lo colocaba sobre el platillo izquierdo de una balanza enorme.
Sobre el otro platillo, el derecho, ponía la “Pluma de la Verdad”, una pluma de avestruz –la pluma de Maat, la diosa de la Justicia en Egipto-, que contenía las malas obras perpetradas a lo largo de la vida.
Si el corazón pesaba menos que la pluma quería decir que el difunto había sido una buena persona en vida.
El tribunal colegiado formado por los tres dioses citados, en consecuencia, abrián al “Ba” las puertas del Yarú, para que disfrutara, junto con sus familiares y amigos, de un paraíso merecido por toda la eternidad.
Si, por el contrario, la pluma pesaba más que el corazón significaba que la persona había sido mala.
En ese momento hacía acto de presencia el “Devorador”, un monstruo espantoso, mezcla de león, cocodrilo e hipopótamo; una pesadilla genética digna de la mente del doctor Moreau.
El “Devorador” seguramente haría hoy las delicias de cualquier programa de televisión y dispararía los índices de audiencia hacia alturas inimaginables. Con los consiguientes ingresos publicitarios y la felicidad de los dueños de la cadena.
El “Devorador” se abalanzaba, de forma violenta y ruidosa sobre el corazón del difunto y se lo comía, impidiendo la inmortalidad del “Ba”.
Una faena.
Y el castigo supremo.
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